¿A DÓNDE HEMOS LLEGADO?
Algo de latín aprendí en la Universidad Pontificia de Comillas, entre 1965 y 1967, donde cursé preuniversitario y primero de Filosofía. Algo conservé cuando estudié derecho romano en 1967-1968 en la Facultad de Derecho de Valencia, en primero de carrera con Santacruz Tejeiro.
Cito de memoria la frase que más impacto hizo en mí y condicionó mi forma de pensar. “Nasciturus pro iam nato habetur, si de eius conmodo agitur”.
Derecho natural; derecho romano; derecho.
Derecho a la vida. Consagrado por el artículo 3 de la Declaración de Derechos Humanos proclamada el 10 de diciembre de 1948 en la Asamblea General de Naciones Unidas: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”.
Todo ello viene a cuento porque, contrariamente a lo que la evolución del hombre debiera garantizar cara al futuro, sin embargo hemos recorrido la historia en sentido inverso: la retroevolución al fósil. Al menos en determinados aspectos.
Licurgo, legislando para los lacedemonios (los espartanos de las Termópilas) estableció una sociedad militar autoritaria y terrorífica. Despeñar a los malformados, a los débiles, a los enfermos y a quienes no servían para el ejercicio militar, era lo habitual. El comienzo del genocidio nació allí. Y, luego, la “roca Tarpeya” sirvió para redondear el oficio.
Hoy, 2007 mal que nos pese, el oficio de tinieblas se realiza por médicos de reconocido prestigio, en clínicas de reconocido prestigio, donde actúan, al dictado del que paga, psicólogos de reconocido prestigio.
Hoy ya no son rocas, son trituradoras de fetos bienformados, de ángeles desolados, de “nasciturus” a las puertas de la vida que una sociedad anclada en el atavismo retrogrado de la comodidad y la indiferencia (pensamiento de la izquierda divina) lleva, al matadero.
Trituradoras de carne humana, de sangre humana, de cerebro humano. Tercer supuesto incontrolado que justifica asesinatos en serie programados.
¿Cómo hemos podido llegar a esto?.
Fermín Palacios