UN PRIMERO DE MAYO PARA OLVIDAR
Tradicionalmente el día de hoy es día de reflexión, de reconocimiento para quienes dieron todo, incluso su vida, por el Movimiento Obrero y un momento emotivo para juntar esfuerzos, compartir ilusiones, manifestar reivindicaciones, protestar ante la autoridad y celebrar objetivos alcanzados.
Se aprovecha para sacar las viejas banderas, empuñar las pancartas cubiertas de telarañas y vocear a pleno pulmón proclamas y lemas ya sobados.
Las manifestaciones suelen acabar ante la Autoridad Laboral o Gubernamental, según se tercie.
Hoy, sin embargo, el panorama no es el de pasados años. El paro, superado el 17%, alcanza a 4.010.700 trabajadores, según la Encuesta de Población Activa y casi cinco millones, según la realidad constatada por el trabajador de a pié.
El Producto Interior Bruto alcanza su situación más precaria con un 2'9 % negativo con la peor caída de la historia de la Economía Española, apuntando además, el Banco de España que aún no se ve el fondo ni hay datos que aventuren una reacción política a la crisis.
Los expedientes de regulación de empleo se amontonan ante la Autoridad Laboral y ante los Juzgados de lo Mercantil que no dan abasto ante las empresas con problemas. Las suspensiones temporales finalizan con extinciones de contratos y aumento de las largas colas en las oficinas del INEM.
La desaparición y cierre de empresas se salda con el atasco del Fondo de Garantía Salarial que ve progresivamente debilitarse su dotación presupuestaria alargando el tiempo de tramitación y, por tanto, el cobro de las prestaciones.
La debilidad salarial de los trabajadores deja en el aire el pago de hipotecas, el cumplimiento de obligaciones, abono de recibos y consumo de bienes y servicios.
La sociedad se contrae y se retrae. Cae la confianza y la soledad llena los establecimientos comerciales.
Aumentan los servicios sociales que prestan instituciones administrativas y cívicas. Las entidades de la Iglesia se multiplican ayudando con sus comedores, casas de acogida, asesoramiento y roperos sociales.
Sin poder dar abasto a tanta miseria que crece imparable ante la desidia gubernamental para aplicar medidas adecuadas que desconocen.
Los viejos sindicatos, renegando de la sangre derramada, viven holgadamente a la sombra de los presupuestos generales, vivaquean sus penurias por cuenta de cuantiosas subvenciones utilizadas al borde de la legalidad y con sometimiento -cruel contrapartida- al amo que les sujeta.
Los viejos sindicatos, ayer fieros combatientes, exhiben su mesura y sometimiento de manera impúdica justificando la inoperancia del gobierno, afín a sus ideas.
Los sindicatos, obstáculos de la recuperación y del avance hacia el progreso, negocian -clandestinos- nuevas sinecuras, momios y aportaciones para ingresar en sus empresas, las dos con mayor índice de precariedad y eventualidad, en clara contradicción con lo reclamado, por ellas, a los demás.
Los viejos sindicatos, este año, manifiestan sus desvergüenzas en la calle omitiendo la crítica a sus proveedores, permitiendo que los polígonos industriales se transformen en eriales y que los desheredados del trabajo paseen sus miserias entre la desesperanza y el abandono.
Los viejos sindicatos se niegan a estar presentes ante los responsables de nuestra postración, perdonando sus críticas.
¡Si los mártires de Chicago levantaran la cabeza se horrorizarían de los monstruos en que se han transformado sus antiguas organizaciones!
Ni están donde deberían estar ni se les espera en la Moncloa, tras el Pacto de Silencio firmado con clandestinidad y precio cierto.
Fermín Palacios