MÁS CORNADAS DA EL HAMBRE
El San Isidro madrileño será recordado por la brutal cogida del matador Julio Aparicio a cuernos del morlaco "Opíparo" de la ganadería de Juan Pedro Domecq. Dio en el peso 530 Kg.
El equipo médico de Máximo García-Padrós consiguió lo inimaginable: que el diestro no pasara a mejor vida y que el cirujano jefe de la plaza de Las Ventas pudiera dar un parte ya tranquilizador después del inicial que decía: "Herida en región submandibular con una trayectoria ascendente que penetra en la cavidad bucal, atraviesa la lengua y alcanza el paladar con fractura de maxilar superior". Pronóstico, muy grave.
Los toros dan cornadas y, de vez en cuando, causan muertes populistas que provocan duelos urbanos inenarrables que pasan a la copla y al acervo de las leyendas.
"Opíparo", como su nombre indica, estaba bien alimentado, tenía casta y daba juego suficiente en el albero.
No ocurre lo mismo con otras cornadas diarias que se manifiestan en las colas del paro, en las listas del Fondo de Garantía Salarial o en los comedores sociales y casas de caridad.
El morlaco Zapatero lleva ya 4.612.700 personas empitonadas por su mala gestión económica; no se atisba esperanza alguna ni aliño en la faena. Engaña continuamente al personal y desde la tribuna de autoridades (Obama dixit) ya le han dirigido tres avisos.
Continúa aún anclado en sus gestos por Ariel Rot y "Tequila" sin haber avanzado un ápice. Lamentablemente, en época de cambiar, sus correligionarios siguen diciéndole "que el tiempo no te cambie" y así nos va. Con complejo de Peter Pan.
Del toro "Opíparo" y su derrote, el bueno de Julio Aparicio, saldrá con bien y podrá añadir una tremenda cicatriz a las que, como muescas, cosen su cuerpo.
Los españoles, sin embargo, no vamos a salir de las cornadas que Zapatero ha repartido a 4.612.700 conciudadanos. Y, éstas, lamentablemente, son de una cura mucho más difícil porque Zapatero no es el cirujano Máximo García Padrós ni las recetas que aplica ayudan a la recuperación.
Es preciso, cuanto antes, cambiar de tercio y acabar la corrida. Los pitos y silbidos atruenan en el coso.
Queremos otra cuadrilla.
Fermín Palacios