NO ES PAíS PARA LA CONCILIACIóN
Con la crisis actual, parece que se dejan aparcadas las cuestiones relacionadas con la conciliación, cuando debería ser al revés. Digo que debería ser al revés, porque los que protegemos la importancia de la conciliación- siempre acompañada de la corresponsabilidad en casa- defendemos la idea de que este círculo virtuoso aumenta la productividad en las empresas.
Sin embargo, parece difícil entender ¿cómo demandar mejoras, o derechos cuando el paro crece? Esta percepción nos acerca a la idea -devastadora- de que la igualdad es un lujo sólo concebible en tiempos de auge económico.
La coyuntura actual altera las conductas reivindicativas y las prioridades de trabajadores y empresarios. Incluso para los propios sindicatos la prioridad es el mantenimiento del empleo, incluso por delante del salario y, evidentemente, de las medidas de igualdad. Esta situación, supone un detrimento en las posibilidades de conciliar.
Nos llegan ecos desde algunos sectores que nos invitan a trabajar más horas y ganar menos sueldos en tiempos de crisis. Lejos de estas reflexiones, existe la posibilidad de optimizar las horas y los tiempos de trabajo; ello contribuye a la programación de horarios razonables que permiten conciliar, aumentando así la productividad.
Bien es cierto, que aunque no parece tiempo para invertir en cambios, la flexibilidad de los horarios sí está entrando en las empresas privadas. Ya sea porque permite abaratar costes, por una cuestión de redistribución de la producción o por la retención del talento; motivos que nada tienen que ver con la conciliación o la igualdad, pero que hacen que la idea penetre en la organización de las empresas.
Lo que sí que es indiscutible, es que hay un "parón" en las iniciativas de igualdad, y entre esas iniciativas, se encuentra la nueva reforma laboral y los propios convenios colectivos. Se nos dice que se apuesta por políticas de igualdad, pero se aprueban políticas que van en detrimento de esto. Como ejemplo, la vía libre en el encadenamiento de contratos temporales -que estadísticamente, son contratos que afectan a un mayor número de mujeres- o la opción por el descuelgue de convenios, que anteriormente habían introducido medidas de igualdad.
De hecho, y como ya se ha comentado otras veces, la propia negociación colectiva es reticente a incorporar cambios positivos. Parece que se apuesta por medidas ideadas para que sean las trabajadoras y no los trabajadores los que concilien.
Por todo, que es mucho, mi crítica a esa sensación social de percibir la igualdad como un lujo en momentos de rigidez económica.
Isabel García Turpin - Reponsable de empleo e igualdad